¿De qué dependes?

¿De qué dependes?

¿Estás pendiente de lo que dicen de ti? ¿Del humor de tu pareja? ¿De las críticas de tus padres? ¿De las exigencias de tus hijos? ¿De la forma de tu cuerpo?.

Imaginemos un bebé que se cae aparatosamente al suelo, ¿qué es lo que hace inmediatamente después?… mira a su alrededor buscando una figura de referencia en la que basarse para desarrollar su respuesta emocional. Si ve su madre asustada seguramente empiece a llorar. En cambio, si ve un rostro relajado que no le da mayor importancia, es probable que no le genere un gran estrés la caída, se levante y simplemente siga jugando.

Aunque pueda parecer una respuesta fruto de la falta de maduración psicológica propia de esas etapas del desarrollo, lo cierto es que todos seguimos mirando a nuestro alrededor de alguna forma buscando una pista de cómo «debemos» reaccionar emocionalmente ante lo que nos sucede.

Aprendemos a sentirnos como dicta nuestro ambiente, tanto emocional (el estado de ánimo de la gente que me rodea), relacional (cómo las personas interactúan con nosotros) e incluso atmosférico (si hace frío, llueve o hace sol).

Continuamente ponemos la atención fuera de nosotros para comprobar cuál debe ser nuestro estado de ánimo en relación a nuestro entorno más cercano, hasta tal punto que si nos levantamos por la mañana y está lloviendo somos capaces de ponernos de mal humor. Un día aprendimos a entregar nuestra esencia interior a factores externos y nos convertimos en dependientes emocionales.

¿Qué porcentaje de tu bienestar depende de ti? ¿y de los demás? Una clara señal de maduración psicológica se produce cuando desarrollamos una autonomía emocional que nos hace capaz de entender y empatizar con el ambiente donde nos movemos pero sin «contagiarnos» del mismo. Se trata de estar conectados con nuestro alrededor pero manteniendo un estado de coherencia interna que nos permita elegir cómo sentirnos a expensas de aquello que nos rodea.

Podemos seguir justificando nuestros estados emocionales por aquello que hacen los demás, culparlos de cómo nos sentimos, o tomar la decisión de crecer como adultos emocionales y hacernos cargo de nuestras emociones.

Una pregunta a tener en cuenta cuando sientas que dependes de algo o alguien es, ¿qué consigues a través de esa relación? ¿Qué parte de ti has delegado fuera? ¿A quién has hecho cargo de lo que siempre fue tu responsabilidad? Siguiendo con la analogía del bebé que se cae, ¿a quién miro cuando me sucede algo y no sé cómo me he de sentir?

En lugar de pararnos un momento a observar nuestra propia necesidad y usarla para conocernos, buscamos compulsivamente la manera de llenarla para silenciarla de una vez por todas. Nos engañamos pensando que hemos arreglado nuestro problema por una satisfacción inmediata que viene de fuera (un abrazo, una palmadita en la espalda o un rato de atención) en lugar de utilizar ese momento para ver qué hay de nosotros expresándose en esa necesidad. Es decir, Buscamos bienestar sacrificando el Bien ser.

Parece que no podemos soportar ese instante de auto-reconocimiento de lo que nos falta e inmediatamente queremos que acabe. La sensación de carencia va cambiando de forma pero, en el fondo, siempre es la misma.

Tratamos de que todos a nuestro alrededor puedan ver nuestro vacío mientras nosotros mismos ni lo miramos. Y así seguimos dependiendo de los demás, del entorno, de nuestro físico, del clima, etc. aferrados a lo que no tenemos y, como en cualquier adicción, convirtiéndonos en dependientes.

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